El escritor Eduardo Galeano escribió una vez una frase célebre y que da sentido a cualquier empresa personal, vivencial, deportiva en la que queramos incurrir: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos y ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar”.
Haciendo una analogía, la utopía, esa perfección que nos resulta inalcanzable pero le da sentido a nuestra constante búsqueda y enciende al movimiento, bajada a la tierra podría ser una prueba o un desafío que nos pongamos por delante.
Y si algún día ese desafío es finalmente conquistado, pondremos ese recuerdo en una vitrina pero quizás también podamos ver que, no solo valió la conquista en sí misma, sino en haberse convertido en la llama que nos hizo caminar. Cruzar los Andes en bicicleta no es una utopía, cruzar los Andes alentados por nuestro propio esfuerzo, convicción y energía es un esfuerzo enorme, pero bien posible. Y como la utopía le es a Galeano, el sueño y la búsqueda de la superación le son al deportista. En ambos casos, sirven para mantenerse siempre en movimiento.
Era diciembre de 2017 y faltaban solo dos meses para el inicio de un cruce de los Andes programado para febrero de 2018. Estábamos en pleno período de inscripciones y preparación de toda la estructura necesaria para poder llevar a cabo semejante travesía. La mayoría de los ciclistas inscriptos seguía sus planes de entrenamiento, con el objetivo razonable de llegar con la mejor preparación física posible, ajustaban sus bicicletas y realizaban las compras pertinentes de los elementos que faltaban.
Cuando ya no esperábamos más inscripciones, recibí el pedido de información de Claudio. Él y tres amigos más querían realizar el cruce de los Andes. Amigos de muchos años me contó. Durante la conversación surgieron las consultas tradicionales, aquellas que refieren a la dificultad física, a la vida en la cordillera y al detalle de los servicios que serán provistos por nuestra organización.
Mi nivel de atención subió de amarillo a naranja cuando con sinceridad me dijo: “mirá que no somos ningunos pibes” y se rió. Enseguida, temiendo alguna clase de restricción que pudiese existir por su edad y la de sus amigos, me explicó que los cuatro amigos tenían entre sesenta y cinco y sesenta y nueve años, que estaban entrenados y que tenían un plan semanal muy completo, mayormente realizado en bicicleta de ruta.
Indagué un poco más y descubrí que el “prontuario deportivo” de los cuatro era brutal: habían participado en triatlones, en medios “Iron Man” y cuando esto resultó poco, participaron de Ironmans completos.
Un Ironman es una prueba deportiva en la que se realizan consecutivamente 3,86km de natación, 180km en bicicleta y 42,2km a pié, no pudiendo demorar más de diecisiete horas en terminar y sin pausa ni recuperación entre una disciplina y la siguiente. Participar de un Ironman exige muchísimo tiempo de entrenamiento.
Ellos habían participado en triatlones en Mar del Plata, Tandil y Entre Ríos, luego en Ironmans en Brasil, Texas, Chile y Hawai. Entre los cuatro reunían una enorme experiencia y muchas “horas de vuelo” deportivas compartidas. Y justamente la experiencia los alentaba a avanzar con pie de plomo, primero queriendo conocer la dificultad de la empresa que querían emprender, a través de la primera llamada de Claudio, para luego discutirlo entre los cuatro. Con humildad sabían que no por haber corrido Ironmans podían inscribirse ciegamente.
Jorge y Mario se conocían desde hace más treinta años, sus hijos habían compartido años de escuela y así se habían hecho amigos. Luego se había sumado Alberto que necesitaba dejar de fumar, y por último se había sumado Claudio. Coincidir en el mismo grupo de entrenamiento de Reynado en Zona Oeste del Gran Buenos Aires, los había transformado en un grupo unido y una experiencia como esta era otra oportunidad más de seguir viviendo historias en común, reforzar lazos y porque no, sumar otro recuerdo al medallero.
Desde mi parte no había preocupación: años de rodar con ciclistas mayores de sesenta años me indicaban que, con los cuidados correspondientes, eran los deportistas más metódicos y organizados. Conscientes de los riesgos, sin dudas eran los mejores administradores de energía y conocedores de sus propios límites.
Esos dos meses les sirvieron para retomar contacto con la mountain bike, entrenar con ruedas más anchas, en una posición diferente y con desarrollos de marchas diferentes.
Y llegó el día de encuentro en Malargüe, con un día radiante comenzó la travesía por el Paso Vergara. El grupo heterogéneo se componía por argentinos y brasileños casi en proporciones similares y un alemán, curiosamente llamado Manolo.
El primer día de travesía puso los puntos sobre las íes y demostró que la cordillera no se iba a entregar fácilmente. La inclinación y el terreno -mezcla de arena, ripio y serrucho- comenzaron a mostrar que cada kilómetro avanzado tenía un costo mucho mayor que los ganados en asfalto y en suelo llano.
Este primer día sirvió también para conocerlos en el terreno, saber que fortalezas y debilidades tenía cada uno, de manera de poder asistirlos con la mayor eficiencia posible.
Con Claudio y Jorge pedaleamos juntos durante tiempos prolongados, ayudándolos a elegir la cadencia en el ascenso y a ganar “técnica” y control en el descenso. Mario y Alberto, los Ironman más recientes, iban un poco más adelante.
La llegada al campamento fue muy alegre y aplaudida! Imagino que el resto del grupo se habrá preguntado si “gente mayor” podría con semejante desafío y verlos a los cuatro llegar al primer campamento, luego de ganar más de mil metros de altimetría, daba una respuesta contundente.
Al grupo de “sesentañeros” no le costó ser adoptado por el resto del grupo y al día siguiente Poni, ciclista y creativo publicitario, les tenía el sobrenombre en bandeja. Eran cuatro, habían pasado los sesenta por varios cuerpos, seguían activos y rocanroleando, eran los “Rolling Stones de los Andes”.
El desayuno se servía dentro de una carpa estructural donde entraban veinte personas. Cuanto mayor el frío, mayores las ganas de permanecer allí dentro acurrucados hasta que la temperatura exterior fuese más amable. En la mañana y durante el desayuno se suelen escuchar todas las catarsis luego de la noche de bolsa de dormir y campamento y los Rolling Stones superaron todas las anécdotas posibles: entre los cuatro contaban con un pastillero superior al botiquín que llevaba la organización para todo el tour! Verlos recordarse mutuamente que pastilla había tomado cada uno y cual le faltaba tomar era un poema.
Los siguientes días son los días que llamo “transformadores”. Son esos días ampliadores de conciencia, en los cuales de a poco vamos anestesiando necesidades de la ciudad, dejamos de darle relevancia al orden ciclístico de llegada, para dar lugar a nuevas reflexiones, maravillarnos con la naturaleza y compartir los esfuerzos y alegrías con mucha autenticidad.
En el cruce de los Andes, como en una película romántica, ya se conoce el guion: habrá esfuerzo, viento en contra y subidas, habrá un terreno duro y en algún momento nos preguntaremos quien nos “mandó” a estar allí. Todo esto se supera con palabras de aliento, con la solidaridad de los compañeros, con la entrega total y la convicción de estar “trabajando” por un gran objetivo.
Los “Rolling Stones de los Andes” no fueron la excepción y el mérito tuvo otro sabor, porque era cierto que no “eran ningunos pibes”.
Y en una época de la vida donde todo cuesta un poco más, despertaron admiración por cada lugar que pasaron, antes que nada entre nosotros compañeros de viaje y en el staff, pero también ante los funcionarios de los controles aduaneros y migratorios.
En la penúltima etapa el entusiasmo de Mario era tal que se pasó el campamento y tuvimos que enviar “un móvil” para traerlo de vuelta. Antes de comenzar la última etapa fueron los “Rolling de los Andes”: nadie quería perderse una foto con los cuatro. Como recuerdo quizás, como homenaje y como referentes de lo que se puede lograr en cualquier etapa de la vida.
La llegada a Curicó fue emocionante. Personalmente creo que, ellos sin darse cuenta, fueron en ese cruce y son hoy motivo de inspiración. Las palabras de Galeano más vigentes que nunca, los “Rolling” siguen caminando.
Texto: Mariano D’Alessandro
Fotos: Claudio Ukaski, Jorge Racov, Alberto Paonessa y Mario Gueler
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