«El Abra del Acay – Camino no transitable»

Abra del Acay – Camino no transitable

Era abril del 2015 y por séptimo año consecutivo, estábamos en el noroeste argentino trabajando de forma exclusiva para una empresa de origen suizo, a quien le proveíamos toda la logística y organización de un tour de mountain bike de diecisiete días y mil kilómetros de distancia.
Varios años antes, en el 2008, me había reunido por primera vez con Rolf, guía de dicha empresa, quien había venido a Argentina a relevar el posible recorrido que pudiera ser ofrecido a partir del 2009 en Suiza y Alemania. En esa charla extensa develé muchos de mis secretos sobre la región y sobre nuestros recorridos, con el fin de colaborar para que este tour sea un hecho al año siguiente.
Luego de un relevamiento extenso, Rolf volvió a Suiza con una idea bien completa sobre los caminos posibles para hacer entre Salta y Jujuy.
Al tiempo recibí el programa por e-mail para que de mis sugerencias y haga mis observaciones, el programa me resultaba extremadamente audaz: la duración del tour, la exigencia, la altura donde transcurría y el kilometraje a completar, eran de una dureza tal, que pensé que era un programa diseñado para atletas.  Error, nunca subestimar la mentalidad ni la convicción de un suizo entrenado para sostener un esfuerzo físico bajo clima o bajo situaciones desfavorables.

El programa comenzaba en Salta, continuaba hacia Jujuy por la vieja ruta 9, seguía hacia el norte por la Quebrada de Humahuaca hasta llegar a Iruya. Desde allí se desandaba el camino hasta Purmamarca para ascender la Cuesta de Lipán y llegar en bici a las Salinas grandes. Pasábamos dos noches en San Antonio de los Cobres a 3.700 m.s.n.m. para cruzar el “Abra del Acay”, el paso carretero más alto de América con 4.986 m.s.n.m. Desde allí el tour continuaba hacia el sur por los Valles Calchaquíes hasta Cafayate.
En ese 2015 el grupo se componía por dieciséis ciclistas suizos y por el staff argentino, compuesto por Rolo B., experimentado guía de montaña cordobés e histórico colaborador de MTB Tours, Juancito S. chofer de todas nuestras travesías con su Mercedes Sprinter desde el 2009 hasta su jubilación en el 2017 y quien escribe, a cargo de una Ford Ranger 4×4 y del tráiler para transportar bicicletas y equipaje.
Esta travesía tenía un antes y un después y el hito demarcatorio era justamente el “Abra del Acay”. Durante los primeros nueve días y hasta dicho paso carretero, los ciclistas y el staff avanzábamos en una primera mitad del viaje muy austera y expuesta en variados aspectos. En esos primeros días permanecíamos en la altura durante muchos días, los extremos climáticos se acentuaban,  el viento y el frío eran una constante. Debíamos prestarle mucha atención a la condición de los ciclistas que rodaban con el objetivo de aclimatarse a la altura. Era también una parte del viaje en la cual la posibilidad de resolver problemas mecánicos era más limitada y donde el cansancio físico, fruto del desgaste producido por la menor cantidad de oxígeno en el aire, aumentaba para todos. Los riesgos eran muchos y había que tener siempre la guardia alta.
Una vez superado el “Abra del Acay”, no había relax, pero si afloraba ese sentimiento de alivio y de prueba superada. La llegada a pueblos más turísticos y a hoteles boutique, sumado a un conocimiento más fluido entre los suizos y nosotros, hacía mucho más amable el cincuenta por ciento restante del tour.
Entre los bikers también se producía un alivio luego de haber superado con éxito la gran prueba y emergía un enorme sentimiento de satisfacción y de alegría por el sueño cumplido.
Atípicamente estábamos rodando ese tour en abril. En las seis oportunidades anteriores se había realizado en octubre, pero el aumento de la demanda había hecho posible este tour en el otoño argentino, disfrutando de los paisajes más increíbles de nuestro país. Este no era un hecho menor: en octubre rodábamos el tour luego de varios meses de “época seca”, con el otoño y el invierno australes llegaba el momento ideal del año en el cual los caminos estaban en buenas condiciones gracias a la falta de lluvias y al mantenimiento de Vialidad Nacional.
Rodar el tour en abril implicaba realizarlo luego del verano, que es la época de lluvias, la época en la cual nieva en las cumbres, llueve más abajo, aumenta el volumen de los ríos y se cortan los caminos fruto de las tormentas severas.
Cruzar el “Abra del Acay” era siempre un factor extra de stress y por esa razón me había contactado en los días previos al tour, para verificar a través de las autoridades oficiales,  que el camino era transitable.
No había novedades, el camino estaba habilitado para vehículos altos y con eso nos alcanzaba.

El “Abra del Acay” es un camino de alta montaña, es el punto más alto de la Ruta 40 que sigue la traza del “Camino del Inca” y comunica la puna de San Antonio de los Cobres con La Poma en los Valles Calchaquíes. Para tener como referencia, es más alto que el “Mount Blanc” la montaña más alta de Europa.
En el “Abra del Acay” están las nacientes del Río Calchaquí, que luego de pasar por San Carlos realiza un giro de casi 180° y se transforma en el Río Las Conchas que va en sentido noroeste en camino hacia el “Embalse de Cabra Corral”. Por el “Abra del Acay” pasó la audaz expedición del conquistador Diego de Almagro en el año 1535.
Esa noche pasé por la comisaría de San Antonio de los Cobres, para tener la seguridad total de que el camino estaba en condiciones. Por más que la respuesta fue “vaya tranquilo”, por las dudas pasé por una ferretería y compré una pala. No era que no les tuviese confianza, pero ya se conoce el refrán “hombre prevenido vale por dos”.
Si bien llevábamos una potente 4×4 con lingas y cadenas, nos acompañaba un pesado minibús Mercedes Benz y un trailer, y ambos no estaban preparados para un camino con muchas “sorpresas”.
La función del minibús consistía en acompañar a los ciclistas y nunca superar al último. En cambio la 4×4 debía adelantarse y esperar a los ciclistas en puntos previamente acordados para “monitorear” el estado de salud y de ánimo de quienes ascendían lentamente. Debíamos prestar atención a la posible aparición del “mal agudo de montaña” que es el síntoma que se manifiesta en la altura y en algunas personas, con dolores de cabeza, mareos e incluso náuseas y vómitos. Además lógicamente debíamos asistirlos con bebidas frías y calientes, con alimentos energéticos y frutas y estar allí para resolver cualquier desperfecto mecánico.
Esa mañana al alba comenzó nuestro recorrido de noventa y un kilómetros hacia La Poma.
El ascenso de cuarenta y cinco kilómetros era de todo, menos fácil. La cara norte del abra es mayormente arenosa, el camino sube muy progresivamente hasta los 4.500mts para en los últimos kilómetros, cuando la energía está al límite, golpear con mayor fuerza.
El paisaje es siempre deslumbrante, en la medida que se asciende se encuentra cada vez más nieve remanente del verano, penitentes, llamas pastando y un panorama de cien kilómetros de horizonte que no deja lugar más que al suspiro.
Ese día el viento estaba especialmente generoso y permanecer en el punto más alto era menos costoso que otras veces. Poco a poco comenzaron a llegar los ciclistas al punto más alto, exultantes de alegría y emoción. La falta de viento permitía permanecer un poco más de lo recomendable, para recibir con palmadas y “puentes humanos” a los últimos que iban llegando.
Luego de la foto de rigor con los amigos y los carteles indicadores de la altura, luego de recargar energías, cada ciclista cargaba su “lunch box” con el almuerzo y comenzaba a descender.
Allí cambiaba la dinámica y ambos vehículos debían continuar detrás del grupo, mayormente por razones de seguridad. Ya no quedaba ningún ciclista allí arriba, todos habían comenzado el descenso sobre la cara sur cuando de pronto con Juan y Rolo escuchamos el sonido de un motor que venía ascendiendo y que quejándose de manera esforzada suspiraba por llegar a los 4986 metros.
Era un matrimonio de alemanes de unos sesenta años que se acababa de cruzar con los suizos que bajaban en bici y estaban recorriendo el altiplano argentino y chileno. No hablaban inglés y en mi alemán primitivo entendí claramente: “Sie können nicht da gehen”- no pueden ir hacia allí-  apuntando con sus brazos hacia la misma dirección que habían seguido los ciclistas.
Nuestras sonrisas anfitrionas desaparecieron. En la medida que el alemán trataba por todos los medios de explicarme y yo hacía esfuerzos denodados por entender, fui comprendiendo que había derrumbes en el camino y que a criterio del viajero europeo, nuestra 4×4 iba a poder pasar, pero el Minibús no. Por como tenía preparada su 4×4, no parecía un improvisado y su criterio juicioso nos preocupó mucho. Nuestro grupo de ciclistas estaba en movimiento y alejándose y no había chance de comunicarnos por radio ya que estarían probablemente varios kilómetros más abajo. Un vehículo debía estar con ellos  y no podíamos replantearnos el hecho de llegar a La Poma por otro camino, ya que rumiando cálculos velozmente estimamos que ello llevaría unas diez horas.
Entonces frente al estupor del alemán, nos zambullimos en el descenso hacia el sur en dirección hacia los derrumbes y hacia La Poma.
El descenso era completamente diferente al ascenso: el valle era mucho más angosto y empinado, el camino de una sola mano tenía una cornisa bestial, las cumbres estaban nevadas, el agua de las nacientes bajaba con mucha más velocidad, los minerales en las montañas brindaban una variedad de colores y todo esto contrastaba con un cielo azul profundo. Si no hubiera sido por la noticia del alemán, estábamos en el paraíso.
Luego de haber descendido durante quince kilómetros y novecientos metros de altura nos encontramos con el desastre y con todos los ciclistas.
La escena era preocupante: un pequeño curso de agua que debe haber sido el nieto de un enorme torrente y un derrumbe de piedras cruzaba el camino, herencia de los descalabros que provoca la época de lluvias.
Los desniveles y las piedras sueltas eran difíciles para un 4×4 e imposibles para nuestro minibús. Los suizos, en una manifestación de organización extraordinaria, habían parado su marcha varios minutos antes y tanto hombres como mujeres habían comenzado a rellenar el camino desparejo a mano y con piedras. Pudimos entonces pasar la 4×4 avanzar cien metros y guiar la primera acción riesgosa del día: desenganchar el tráiler cargado con equipaje en un camino de cornisa y en pendiente, dejarlos asegurado con piedras y regresar marcha atrás hasta encontrar al minibús. No llevamos la cuenta pero habremos estado una hora rellenando el camino con piedras para generar la condición necesaria para que pase el minibús. Todo esto a 4.200 metros de altura.
Cuando creímos dejar el camino lo más parejo posible, comenzó la segunda maniobra de riesgo y esta fue pasar el minibús a través del derrumbe. Parecía que iba bien encaminado hasta que con horror vimos como con el bamboleo del camino, la rueda delantera izquierda se elevó en el aire unos cincuenta centímetros. El andar se interrumpió cuando el minibús quedó atascado por la “cola”, demasiado larga para un camino tan deteriorado. Seguimos rellenando a mano, colocando suplementos de piedra por delante de las ruedas traseras, enganchamos una linga desde la 4×4 y con la doble baja conectada y mucha prudencia logramos superar la dificultad.  Tercera maniobra de riesgo: Varios ciclistas y nosotros tres debíamos reconectar el tráiler en la 4×4.
Juan nunca nos perdonó a Rolo y a mí que hayan circulado fotos de su Mercedes siendo “rescatada” por una Ford. Eran las 17hs y el atardecer nos apuraba.
Los suizos tenían experiencia, descendían con solvencia y eso fue de mucha ayuda para seguir la marcha con fluidez y que no nos gane la noche.
Por momentos el camino estaba tan deteriorado y tan “comido” por las lluvias, que la rueda del tráiler pasaba exactamente por el límite donde la banquina desaparecía y comenzaba el abismo. El pequeño curso de agua que nacía a casi 5.000 metros y que nos acompañaba en dirección a La Poma era cada vez más copioso en la medida que íbamos bajando y tuvimos que cruzarlo varias veces. Pensábamos que si aparecía un obstáculo más como el anterior, llegaríamos a media noche.
Faltaban cinco kilómetros para La Poma, los ciclistas ya habrían llegado a la hostería y estarían brindando con varias cervezas “Salta” rubia, quedaba muy poca luz y nuevamente apareció una zanja angosta y profunda que cruzaba el camino. La 4×4 pasó, el tráiler pasó y el minibús no pasó. Con la última luz disponible repetimos la maniobra de desenganchar el tráiler para con una linga  sacar al minibús del brete. Esta vez, para alegría de Juan, no hubo fotógrafo que documente la escena.
Estábamos llegando a La Poma con las luces encendidas y de repente atravesado en medio del camino encontramos un cartel vial. Desde nuestro lado no decía nada, pero del otro decía: “Camino no transitable – prohibido el paso”.
Parecía que la policía de San Antonio de los cobres y la policía de La Poma no hubiesen sido organismos oficiales de la misma provincia, sino de países distintos, enemistados e incomunicados. Una “policía” prohibía el paso y la otra completamente desinformada no ponía reparos.

Habíamos realizado noventa y un kilómetros de camino no transitable y habíamos llegado a oscuras a La Poma. Como habíamos sospechado, los suizos estaban fundidos y haciendo una pirámide de latas de cerveza, festejando la hazaña. Nunca fueron conscientes del riesgo que corrimos, pero la aventura es así, aunque se hayan tomado todas las precauciones hay veces en las que se juega al borde del precipicio y ellos celebraban ese triunfo.
Rolo, Juan y yo dejamos aflorar el stress contenido a través de dolores musculares y jaquecas, tratadas obviamente con las últimas “Salta” rubias que quedaban.  Sin quererlo nos habíamos recibido de choferes de alta montaña y los suizos nos lo hicieron sentir con un caluroso aplauso. Recién después del afloje final confesamos la pavura que habíamos sentido. Ese día se había transformado en una buena anécdota y nos había demostrado de lo que éramos capaces.

Texto y fotos: Mariano D’Alessandro

Comments

Sergio Bardesio
julio 3, 2020
Muy interesante relato amigo, aventura a tope !!!
Roberto donato
julio 3, 2020
Que gran experiencia y relato, pensar que yo te conocí en el hotel de termas de reyes cuando liderabas un grupo de suizos que los volví a encontrar en Iruya. Ahí pedí tu contacto y concrete ya dos cruces
Ines De Olavarrieta
julio 3, 2020
Impresionante relato !!!!! Imagino lo maravilloso que debe ser el paisaje ! Felicitaciones , Mariano , sos un gran profesional .
Elisa
julio 3, 2020
Asombrosa travesía y relato!! Da ganas de ser parte de una aventura así. Y contar con tu experiencia y equipo. Saludos!!

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