El escritor Eduardo Galeano escribió una vez una frase célebre y que da sentido a cualquier empresa personal, vivencial, deportiva en la que queramos incurrir: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos y ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar”.
Estábamos en el inicio de un cruce de los Andes a fines de febrero del año 2011, habíamos pedaleado cuarenta y cinco kilómetros sobre la ruta 40 en el camino que une Malargüe con Bardas Blancas y habíamos superado la “Cuesta del Chihuído”, en la mitad de la primera etapa de la travesía.
Era abril del 2015 y por séptimo año consecutivo, estábamos en el noroeste argentino trabajando de forma exclusiva para una empresa de origen suizo, a quien le proveíamos toda la logística y organización de un tour de mountain bike de diecisiete días y mil kilómetros de distancia.
Era el viernes 26 de febrero de 2010 y estaba en Malargüe, en el sur de Mendoza, a los pies de la Cordillera de los Andes.
Era la víspera del día de llegada del último grupo de veinte ciclistas que iba a cruzar los Andes con nosotros en esa temporada.
Cinco amigos interesados en participar en el “Desafío Andes”, el cruce de los Andes en mountain Bike. Hasta acá nada distinto a otros grupos de amigos que hemos recibido a lo largo de estos años. Pero el “caso” gana relevancia: se conocen desde hace más de treinta y tres años, son mayormente compañeros desde tiempos de facultad de Ingeniería y tienen entre 54 y 58 años.